Venezuela y Colombia, son 2 países que comparten una historia común, por haber sido ambas, territorio colonial español, liberadas por el mismo libertador Simón Bolívar, quien las convirtió en una sola nación: la Gran Colombia: sueño bolivariano, disuelto a partir del año 1830, dando origen a 2 naciones soberanas cuya relación desde entonces, ha oscilado entre la cooperación y la lucha bilateral, con propósitos y sentido integracionista que ha posibilitado el desarrollo y progreso para todos sus habitantes a través de varias generaciones.
A partir del año 2015, se desarrolla una crisis bilateral,
generando cierres intermitentes de los pasos fronterizos formales, los cuales
fueron interrumpidos definitivamente a partir de febrero del año 2019 con el
rompimiento de las relaciones diplomáticas y consulares entre ambos países, el
cual aún hoy se mantiene.
Las peores consecuencias de estos desacuerdos políticos han
recaído sobre los ámbitos territoriales fronterizos adyacentes a ambos lados de
la frontera común entre el estado Táchira y el departamento del Norte de
Santander; cuyas economías dependen en alto grado del intercambio comercial
dinamizador del desarrollo y progreso de dichas regiones vecinas.
Desafortunadamente, la peor parte de esta situación de
cierre prolongado de las fronteras comunes, las estamos sufriendo del lado
venezolano, debido a que la crisis económica, política y social vigente ha
acentuado aún más nuestras carencias y necesidades.
La otrora frontera pujante económicamente, conocida como la
más dinámica de América Latina cuyos intercambios comerciales en sus años de
bonanza, superaron los 8000 millones de
dólares; hoy, lastimosamente es una zona postrada , olvidada y arruinada por
los cuatro costados, donde el hambre , la miseria y exclusión se percibe en un
ambiente cargado de, rabia, dolor e impotencia; con espacios fronterizos
armados pero vacíos, militarizados pero inseguros, donde la rutina es el diario caminar pesado y
lastimero, de familias enteras con sus miserias a cuestas, en busca de cruzar
el río Táchira, para alcanzar una vida más digna y segura, aumentando cada día
el éxodo masivo que ha convertido esta diáspora humana en una de las más
grandes de la historia, sólo comparada con la de Siria; y que según cálculos
conservadores podría superar los 7 millones de personas para finales del
próximo año.
Ha llegado el momento para hacer un alto en el conflicto de
interés que pugnan por el poder político; las difíciles circunstancias
actuales; imponen con carácter de urgencia, hacer una pausa en la disputa
política, para posibilitar vías de cooperación y entendimiento privilegiando el
interés humanitario, sobre cualquier otro interés subalterno. Con el cierre de
fronteras se potencia todo aquello que precisamente se busca combatir: la
ilegalidad y la informalidad. Una frontera cerrada es una desgracia
institucionalizada sin sentido de grandeza política.
Hoy nos encontramos con 2 naciones hermanadas por su
historia, pero absurdamente distanciadas y obligadas a entenderse porque, al
final, la vecindad es mayor que la distancia física que las separa, así
también, como la política que gira en torno a ellas.
Abg. Jorge Valenzuel
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