El próximo 21 de noviembre habrá una consulta electoral que
han dado en llamar “mega elección”. Cuando algunos diputados propusimos separar
las elecciones en tiempos de la República Civil, presentamos un esquema que
tenía una lógica absoluta.
En efecto, propusimos que hubiera tres eventos electorales, uno para elegir Presidente de la República y Congreso Nacional, otro para elegir gobernador de estado y asambleas legislativas regionales y otro para elegir alcaldes y concejales.
El primer evento sería el escenario apropiado para discutir
los problemas de la nación. El segundo, sería para discutir los problemas de
cada uno de los estados y, el tercero, serviría para discutir los problemas del
municipio, de cada uno de los municipios. Esa reforma de sistema electoral fue
aprobada por el Congreso Nacional en 1989.
Esto de la mega elección es una especie de matrimonio de
morrocoy con gallo. Es un disparate juntar las elecciones regionales con las
elecciones municipales. Es, además, un retroceso al centralismo y a la
partidocracia. Con una mezcla de elecciones regionales con elecciones
municipales vuelve a hacerse presente lo que en la jerga de la cuarta república
se llamaba el voto “entubado”. Es decir, votar por la tarjeta del partido o de
la alianza de partidos y dejar a un lado la personalización del voto, la
búsqueda de los mejores candidatos y de los mejores programas.
En tiempos de la partidocracia en el (CEN) Comité Ejecutivo
Nacional del partido, en Caracas, se elaboraban las planchas de candidatos. Con
una sola tarjeta, la tarjeta pequeña, se votaba por cosas tan distintas como
senadores y diputados al Congreso Nacional, diputados a las asambleas
legislativas regionales y concejales. Por supuesto, la plancha se elaboraba en
Caracas (centralismo) y se obligaba al elector a hacer confianza a los jefes de
los partidos que eran quienes hacían las listas (partidocracia).
El propósito de la reforma aprobada en 1989 era
descentralizar y despartidizar. Con este sistema se buscaba que los candidatos
a gobernadores fueran líderes regionales, conocidos por los habitantes del
estado y escogidos en cada estado, así como los candidatos a legisladores
regionales. Y que ocurriera lo mismo con los candidatos a alcaldes y a
concejales en sus respectivos municipios.
Ahora volvemos a las planchas elaboradas en Caracas, en
función de los intereses partidistas. Lo que debería ser una oportunidad para
discutir los problemas de cada estado o de cada municipio se convierte, de
nuevo, en una competencia entre partidos para ver cuál tarjeta saca más votos y
cual fuerza política es mayor que la otra. La gente con sus problemas y con sus
esperanzas se siente al margen de la competencia. Lo que importa son las
tarjeticas de los partiditos.
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