“La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público. Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos”. Así, el artículo 5 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, trazó el camino para el logro de una ruptura definitiva de las cadenas que nos mantenían atados a las soberbias políticas internacionales planteadas, con imperativo cumplimiento para los países del hemisferio sur, por el gobierno de los Estados Unidos.
Desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, las
políticas comerciales, fiscales y de seguridad de la Nación en América Latina
fueron encaminadas por las directrices de quienes manejaban los intereses
norteamericanos, pero con un marcado énfasis en un país con una ubicación
geoestratégica envidiable y apetecible, con una marcada comercialización
cafetera, de cacao y con un prominente desarrollo petrolero, poco conocido en
el Mundo, pero suficientemente observado por quienes han sido hienas del
dominio de los recursos naturales. Este pequeño, pero hermoso paraíso se llama
Venezuela.
De allí que muchos de los gobernantes de la época
sucumbieron a las tentaciones impuestas por los amos del Norte, conllevando la
entrega de la direccionalidad de la gerencia gubernamental para el resguardo de
los intereses de las grandes corporaciones, sufriendo el regalo de nuestros
principales recursos económicos y naturales y, en muchos casos, su desvío hacia
países vecinos, ya desde hace siglos, controlados, cual títeres, por los
colonizadores imperiales.
Lo anterior implicó la generación de políticas públicas, con
un marcado control social formal, siguiendo las posturas, en distintas áreas,
ya planteadas en otros países, pero fundamentalmente por el Gobierno
norteamericano, con instituciones establecidas en Venezuela y con notable
influencia, no solo en nuestros organismos públicos, sino además en los
procesos de formación, desde la educación inicial formalizada hasta la
preparación universitaria y profesional, sin dejar de lado los procesos de
enseñanza no formales, como los derivados de la religión y los medios de
comunicación social.
Nuestra política antidrogas no fue la excepción, pues estuvo
dominada durante décadas por quienes la manejaron de manera uniforme para los
países latinoamericanos, sin respetar su cultura, creencias, posición
geográfica y sus gestaciones ideológicas. En efecto, nuestras acciones de
estado estaban encaminadas, por mandato imperial, a exterminar, no el flagelo,
sino los sectores sociales incómodos para el mantenimiento de los mecanismos de
resguardo de los intereses económicos de quienes detentaban el poder mundial y
quienes servían de puente en lo interno, persiguiendo, a través de la
pretendida “lucha contra las drogas”, a estudiantes, políticos de izquierda,
cultores y disidentes del pensamiento único.
Fue con la llegada del comandante Hugo Chávez y la promulgación
de la Constitución Bolivariana de 1999 que se produjo la expulsión de la DEA
del país, generándose un cambio de paradigma en el abordaje del problema de las
drogas, entendiendo ya el fenómeno desde la raíz, esto es, desde la generación
macro del problema trasnacional del narcotráfico y no desde la perspectiva del
simple consumo y posesión. Precisamente, ese cambio de concepción, hacia la
visión liberadora y social del problema, puso a Venezuela en la palestra como
ejemplo de dignidad en el ataque al manejo capitalista del conflicto de los
estupefacientes, pero a su vez centró los ojos de los poderosos que comercian
con la sustancia maligna en la Patria de Bolívar, pues nos erigimos en amenaza
de su negocio gracias a nuestras políticas antidrogas, soberanas y
revolucionarias.
Sin embargo, resulta largo el camino por recorrer y aún
tenemos deudas importantes, desde lo formativo, lo ético-moral y lo normativo,
pues aún existen vestigios de las líneas exógenas dictadas para el manejo del
problema que inundan nuestros procesos de aprendizaje y minan a nuestra
juventud a través de los mecanismos de control social formal e informal.
Resulta imprescindible, por parte de la Asamblea Nacional, la producción de un
cuerpo normativo que elimine de una vez por todas, cualquier disidencia con los
cánones humanistas de abordaje al problema, centrándose en el ser humano como
el principal afectado y borrando el enfoque neoliberal de las drogas, protector
de los poderosos capitales del narcotráfico internacional.
Marco Antonio Medina Salas.
Magistrado.
Creo que si nuestro país no es productor de drogas y el consumo de éstas tampoco supone un problema grave en nuestra sociedad, como sí lo es para los EEUU; entonces ¿por qué destinar sumas cuantiosas de dinero de nuestro presupuesto nacional en combatir un problema que no afecta a nuestra población? ¿Por qué nuestras leyes sancionan con tanto rigor a los involucrados en este delito y con tanta ligereza (para mi gusto) otros delitos que creo mucho más aberrantes y nocivos para nuestra sociedad? Ese "cuerpo normativo"que ud propone elaborar a la AN, consideraría estas premisas?
ResponderEliminarBuen tema para debatir, excelente intervencion Magistrado. El tema de la droga, sus daños y trato requiere de un cuerpo normativo actualizado, buen tema para que la Asamblea Nacional haga consultas a todos los sectores que trabajan contra el narcotrafico y el uso ilicito de drogas.
ResponderEliminarRecuerdas a la Fábula "El Ratón y la Ratonera"?? TODOS NOSOTROS debemos evitar decir "No es mi problema", este Problema es de TODOS y más en un país como el nuestro dónde funcionários grandes están metidos hasta los pies, aquí es Conciencia y la búsqueda de un Poder Judicial limpio sin sujeción al Poder Ejecutivo
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