La historia ha puesto a Venezuela y Rusia como naciones con lazos inseparables desde hace siglos, con un noble romance que ni la distancia ha permitido que se acabe, con episodios de sufrimientos en paralelo, pero colaboraciones entre sus gobiernos que han permitido sortear cualquier tipo de vicisitud, desde las naturales hasta las provocadas por las constantes injerencias de potencias extranjeras que han pretendido poner al espejo del Caribe y al gigante de Euroasia de rodillas, sin contar con la fortaleza y patriotismo de sus pueblos.
Nuestro acercamiento con el noble pueblo ruso se remonta al
26 de septiembre de 1786, con el ingreso a esas lejanas tierras de un insigne
venezolano del Mundo, quien con un pasaporte que lo identificaba como el Conde
de Miranda, dio inicio a una extraordinaria aventura de amor, pasión y astucia
política. En efecto, Francisco de Miranda se trasladó a Rusia y permanecería en
su extenso territorio por casi un año, generando un sentimiento de estima a
toda persona que lo conocía, pero lo más importante, adquiriendo conocimientos
en distintas áreas militares, políticas y culturales, consiguiendo apoyo
económico para futuros emprendimientos libertarios y protección por parte de la
corte rusa ante la persecución del imperio español.
El 4 de enero de 1787, el ilustre Miranda fue invitado por
el príncipe Grigori Potiomkin a viajar a Crimea, en donde se sostuvieron
intensas reuniones sobre la política internacional de Francia, Inglaterra y
Estados Unidos, puntos de la geopolítica de los cuales era experto el prócer
venezolano y de lo cual se requería su asesoría constante. Luego, el 14 de
febrero de ese año, Francisco de Miranda, acompañado de la Corte Rusa, llega a
Kiev, en donde la Emperatriz Catalina II le concede audiencia, naciendo una de
las más hermosas amistades que conoce el universo político, basado en la
admiración y respeto que profesó en vida la lideresa rusa por el Generalísimo
venezolano, cumpliendo así un papel muy importante en la fundación de las
relaciones ruso-venezolanas.
El anterior preludio, base de la amistad fraternal entre
Rusia y Venezuela, hizo que con el pasar de los años, con espacios, tiempos y
escenarios políticos distintos, pasando por conflictos internacionales,
distorsiones internas y modelos opuestos, se generaran una serie de relaciones
comerciales, culturales y militares que permitieron que el lenguaje cálido de
aquel pasaje del siglo XVIII no abandonara nunca el sentimiento de colaboración
entre ambas naciones. En efecto, aún en las épocas más difíciles, durante el
tortuoso camino político y económico de la Cuarta República, Venezuela
consiguió apoyo de la Unión Soviética, en áreas tan importantes para la vida
nacional, como la económica, agroalimentaria, cultural y deportiva, entre
otras, esenciales para el mantenimiento de la paz y, muy a pesar, de la
oposición de aquellos grupos que pretendían seguir ahogándonos bajo el imperio
de los mandatos del Fondo Monetario Internacional.
El Comandante Hugo Chávez, dando cumplimiento a su extensa
visión de la política internacional, plasmada en su obra constitucional,
produjo un cambio de paradigma histórico y modificó la traza geoestratégica
hacia los pueblos del sur, entendiendo la relevancia de Rusia en la protección
de los pueblos que no tenían derecho, hasta entonces, a participar de manera
activa en la toma de decisiones fundamentales en las políticas internacionales,
para lo cual Moscú cuenta con un extenso recorrido de dignidad ante los
intensos ataques a su voluntad de autodeterminación y políticas soberanas. Fue,
bajo la Revolución Bolivariana, la reivindicación de la acción emprendida por
Francisco de Miranda, dos siglos atrás.
Nunca nos ha dejado solo el pueblo ruso, en nuestra intensa
batalla por el respeto de nuestra independencia y soberanía, por el resguardo
de nuestros recursos, tan asediados por el Imperio del Norte y por las
potencias europeas, incluso aportándonos todo tipo de herramienta para luchar
contra el enemigo silente del siglo XXI, la pandemia enemiga que, junto al
bloqueo criminal pretendió hundir a la Patria de Bolívar, encontrando una
fuerte resistencia de un pueblo convencido y comprometido con los valores
nacionales.
De allí nuestra solidaridad con Rusia; la Rusia que protege
a su pueblo, que pide la desnazificación que ocultan los medios y los
organismos internacionales, el reconocimiento de Crimea como histórico
territorio ruso y la legítima protección de las Repúblicas Populares de Donetsk
y Lugansk del asedio terrorista de grupos armados amparados por las potencias
europeas y con connivencia estadoudinense.
Marco Antonio Medina Salas
Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia
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