Los seres humanos se trazan su proyecto de vida, y en el
planifican las diferentes etapas que debe transitar para lograr el objetivo. Es
la escalera del ascenso si lo
hace con disciplina y desprendido de prejuicios. Lo contrario, es el camino al declive y la desesperanza. La lucha por conseguir el sueño de su vida tiene riesgos que deben ser asumidos. Nada llega por obra del azar, y de suceder, se desvanece, al no entender lo que recibe, ni el por qué, de ello. El derroche, o la interpretación errada del acontecimiento, conlleva al fracaso. La vida está llena de sobresaltos, y hay que aprender a sortearlos para alcanzar el éxito.
El dinero ayuda a solventar situaciones difíciles, pero la
constancia y el sacrificio, superan al engreído, quien termina aconsejado por
los auspiciadores de la pereza y las malas costumbres. La crítica cargada de
amnesia, desnuda al infeliz infame, y le entierra en el depósito de los
desdichados. El portador de la desesperanza cae en el abismo de lo insano, y
alcanza mutaciones que le desvían el camino, haciendo de la
perversidad su norma. La contradicción se hace enfermiza, y cualquier expresión
insensible, la siente grande
y oportuna. Las
normas son etiquetas que puede
cambiar según la oportunidad en que se presente, olvidando que los derechos no
son de su exclusividad, y menos que tienen patente de propiedad.
El desorden inunda
la vida de
quien se siente
profeta, cuando en realidad escandaliza la audiencia. Camina a
ciegas porque no entiende de equilibrio y
armonía. Vive en la sobredosis de la melancolía, y lanza la
carga de descrédito sin puntería.
De cosas buenas
no ha aprendido
porque le saca
el cuerpo a la
enseñanza en valores. Aplica oídos sordos, no por inteligencia, sino que la
mugre le llena el orificio de la orejuela, y la sordera se hace imprescindible.
Todo es desesperanza en el círculo que gravita. Se levanta con el pensamiento
perverso, y se acuesta con el estrés al no alcanzar generar desdicha en las
personas lucidas y transparentes.
Vive en los rincones de la miseria, y tiene estampado el
tatuaje de la derrota en la frente. No
canaliza palabra librada de la
grosería y el ruido del infortunio le carcome en
su tozudez. Las
horas se le
pasan caminando sin
dirección,
deambulando entre la peste y la fetidez. El lamento es su
acompañante en las
noches y en la soledad de su día. Son culpables los demás de
sus derrotas y
fracasos. Sus desaciertos no consiguen escape, porque
inundan su mezquina
vivencia.
En oportunidades se dice así mismo que está alcanzando su
espacio superior,
representado en la
montaña de la
desgracia. Paradójico, pero cierto, esas
•
personas
necesitan con urgencia
la atención profesional, para ayudarles
a
canalizar a través
de acciones proactivas, sustentadas en
la conciencia
ciudadana, el camino
hacia el logro de metas para fortalecer el bien común,
sustentado en el respeto y la pluralidad de pensamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario