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miércoles, 15 de junio de 2022

Opinión EL AGUIJÓN Alcanzar la meta Por: Arturo Molina

Los seres humanos se trazan su proyecto de vida, y en el planifican las diferentes etapas que debe transitar para lograr el objetivo. Es la escalera del ascenso si lo

hace con disciplina y desprendido de prejuicios. Lo contrario, es el camino al declive y la desesperanza.  La lucha por conseguir el sueño de su vida tiene riesgos que deben ser asumidos. Nada llega por obra del azar, y de suceder, se desvanece, al no entender lo que recibe, ni el por qué, de ello. El derroche, o la interpretación errada del acontecimiento, conlleva al fracaso. La vida está llena de sobresaltos, y hay que aprender a sortearlos para alcanzar el éxito.

El dinero ayuda a solventar situaciones difíciles, pero la constancia y el sacrificio, superan al engreído, quien termina aconsejado por los auspiciadores de la pereza y las malas costumbres. La crítica cargada de amnesia, desnuda al infeliz infame, y le entierra en el depósito de los desdichados. El portador de la desesperanza cae en el abismo de lo insano, y alcanza mutaciones que le desvían el camino, haciendo de   la   perversidad su norma.   La   contradicción   se hace enfermiza, y cualquier   expresión   insensible, la   siente   grande   y   oportuna.   Las   normas   son etiquetas que puede cambiar según la oportunidad en que se presente, olvidando que los derechos no son de su exclusividad, y menos que tienen patente de propiedad.

El   desorden   inunda   la   vida   de   quien   se   siente   profeta, cuando   en   realidad escandaliza la audiencia. Camina a ciegas porque no entiende de equilibrio y

armonía. Vive en la sobredosis de la melancolía, y lanza la carga de descrédito sin puntería.   De   cosas   buenas   no   ha   aprendido   porque   le   saca   el   cuerpo   a   la enseñanza en valores. Aplica oídos sordos, no por inteligencia, sino que la mugre le llena el orificio de la orejuela, y la sordera se hace imprescindible. Todo es desesperanza en el círculo que gravita. Se levanta con el pensamiento perverso, y se acuesta con el estrés al no alcanzar generar desdicha en las personas lucidas y transparentes.

Vive en los rincones de la miseria, y tiene estampado el tatuaje de la derrota en la frente.  No canaliza palabra   librada   de la   grosería y el   ruido del   infortunio le carcome   en   su   tozudez.   Las   horas   se   le   pasan   caminando   sin   dirección,

deambulando entre la peste y la fetidez. El lamento es su acompañante en las

noches y en la soledad de su día. Son culpables los demás de sus derrotas y

fracasos. Sus desaciertos no consiguen escape, porque inundan su mezquina

vivencia.

En oportunidades se dice así mismo que está alcanzando su espacio superior,

representado   en   la   montaña   de   la   desgracia.   Paradójico, pero   cierto, esas

•            

personas   necesitan   con   urgencia   la   atención   profesional, para   ayudarles   a

canalizar   a   través   de   acciones   proactivas, sustentadas   en   la   conciencia

ciudadana, el   camino hacia el   logro de metas   para fortalecer   el bien común,

sustentado en el respeto y la pluralidad de pensamiento.

 

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