Por: Arturo Molina
En un lugar de la montaña, cerca de un inmenso chorro, se paseaba dubitativo el hombre sin escrúpulos. Se observaba a lo lejos emitir frases, en conversación consigo mismo. A los ojos de la gente parecía padecer de algún trastorno, y su silueta y presentación, generaba desconfianza. En su recorrido contaba los pasos como si estuviera midiendo el terreno. Si no eran sumas lo que hacía, entonces multiplicaba, pero sin duda, alguna cuenta relacionaba, tal vez porque le debían dinero.
Algo le distraía y miraba de abajo a arriba. Contaba casas,
y a su vez bajaba y subía. El observador inquieto, intentaba adivinar de que se
trataba lo que veía, y elucubraba cosas que a su mente le venían. Pensaba en su
aposento, que tal vez el hombre razonaba como formulando, ¿de quién son los
terrenos? Este es de Pérez, aquel de Jacinto, el otro de María y el de la
esquina es de José. De apellidos no se entendía, pero el movimiento de los
labios, algún seudónimo extraño se concebía.
De pronto, el observador vio como a tocar puertas asistía,
el hombre que antes contaba lo que veía. Usaba los dedos, y con galantería se
entrevistaba con los vecinos, y en tono jocoso, el miedo les esparcía. El
discurso elaborado a base del cinismo, era reforzado con la mentira: “usted no
se preocupe, estoy aquí para ser su orientador y guía, pero todo tiene un
costo, y ese dinero debe ser entregado apenas termine el día”. No eran pocos
los recursos que a correr tenían que buscar los pobladores de aquella montaña
andina. Nadie entendía cómo podían ser despojados de aquellos terrenos, por la
autoridad que no les daba la cara, y enviaba a presionar a esa persona que
inspiraba temor con lo que pretendía.
Lagrimas brotaron de los ojos de las mujeres del campo, por
el miedo que les daba ver esfumarse de sus manos, lo que con sacrificio les
había costado lograr en vida. Sus hijos entraron en pánico, y recurrieron a
solicitar dinero prestado a los amos del valle, para lograr la cantidad que les
pedían. De sucesiones les hablaba el hombre sin escrúpulo, a los campesinos de
la villa, y estiraba su brazo con el dedo, señalando, lo que, para una era
inmensa, por lo que describía: “desde el supermercado, hasta la bodega de cien
fuegos allá en la orilla, todo eso es de la familia buen día”. El pillo se
enredaba en cada frase que emitía.
Si el difunto estando en vida, y con las relaciones que
tenía, no arregló papeles, ¿cómo es que ahora se presenta ese malandro a querer
quitarnos lo que nos pertenece? Así lo expresaba una ermitaña que a la
Autoridad local recurría, para solicitar ayuda, y resolver el misterio de la
supuesta sucesión, que el vivaracho decía. La respuesta no se hizo esperar, y
se descubrió la mentira. Algunos susurraron, y cruzaron mirada, pero no
pudieron ocultar la rabia que su cara emitía.
El Drácula pretendía chupar los recursos que les exigía,
pero la desconfianza, y la alerta que el observador les comunicó a los
pescadores de aquella isla, freno la casi estafa que el hombre sin escrúpulo
pretendía. Era el agosto para esa sanguijuela, a quien no le importaba el
sufrimiento, de esas familias.
ARTURO MOLINA
@JARTUROMOLINA1
www.jarturomolina.blogspot.com
jarturomolina@gmail.com
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