Una carta impresionante, de alguien que vive el minuto como
si no existiese la muerte.
Triste noticia esta de la enfermedad de Jaime Bayly, para mi uno de los hombre público más sincero y original de este planeta. Le deseo su milagro y que se cure para que pueda disfrutar de esos 100 millones de herencia. La carta triste pero espectacular. Jaime no revoluciones ese cielo adonde vas. Si no se cumple el milagro y te marchas, que sea tranquilo, sin sufrimientos y con la satisfacción del deber cumplido. Te admiro Jaime. Un fuerte abrazo. PP
Esta es la carta donde el polémico Jaime Bayly revela que
padece cáncer cerebral
El polémico periodista peruano Jayme Bayly, publicó el
pasado 16 de septiembre una columna en el medio informativo,Peru21, titulada
“Ahora que por fin soy rico”; donde relata el supuesto padecimiento de cáncer,
producto de un tumor cerebral
A continuación el texto completo:
Ahora que por fin soy rico, estoy muriéndome. Y no me sirve
de consuelo que me digan que todos estamos muriéndonos desde que nacemos.
Necedades, yo estoy muriéndome desde que el doctor Almenara me dijo que tengo
un tumor en el cerebro que es inoperable. Es una suerte que sea inoperable.
Si me hubiera dicho que era operable, tampoco me habría
operado. Siempre pensé: cuando me digan que tengo cáncer, me dejaré morir sin
hacerme una maldita radiación, una maldita quimioterapia, y ahora ha llegado el
momento de ser valiente y morir con estilo. La muerte es algo que define a una
persona. Yo quiero morir con estilo, si eso es posible. Quiero morir en esta
casa, en mi cama, sin molestar a nadie, sin engañarme con tratamientos
estúpidos, sin condenarme a un calvario de náuseas y vómitos para vivir si
acaso un año más. Nada de eso tiene sentido. Elijo morir tranquilo, a mi aire,
alejado de los hospitales que tanto deploro. Mi medida del éxito siempre ha
sido bien simple: ni un solo día en una cárcel, ni un solo día en un hospital.
La vida es realmente absurda, inexplicable. He esperado
tantos años a que mi madre compartiera su fortuna conmigo y cuando eso
finalmente ocurre me dicen que tengo cáncer y con suerte viviré seis meses.
Llevo veinte años esperando a que mi madre me haga rico, veinte años. Mi madre
no quiso vender las minas que heredó de mi padre, se empecinó en seguir al
mando de esos negocios que ella dirigía tercamente sin entender gran cosa,
dejando las decisiones empresariales en manos de dos gerentes, Pepe Pinzón y
Nacho Zamorano, que eran dos ases consumados en hacerle trampas y robarle plata
a la minera sin que ella se diera cuenta.
Pepe y Nacho se hicieron ricos manejando las minas a
espaldas de mi madre. Yo no quise intervenir, no me correspondía, todas las
acciones serie B que heredé al morir mi padre las vendí enseguida y con esa
plata he vivido tranquilamente, sin necesidad de trabajar. No me quejo, he
vivido bien, haciendo lo que me daba la gana, pintando, exponiendo mis cuadros,
haciendo una vida de artista, sin jefes, sin horarios, sin hijos, con absoluta
libertad. Pero no he tenido éxito como pintor, no he sido reconocido como
artista, a nadie le interesa comprar mis cuadros ni exhibirlos, y eso me duele,
me humilla, no debería decirlo, pero me duele que mi madre no tenga un solo
cuadro mío colgado en su casa y que mi hermana Clotilde tampoco tenga un solo
cuadro mío y que ambas encuentren siempre una excusa diplomática para no ir a
mis exposiciones.
Soy un fracaso como
pintor y no lo digo porque esté enfermo y muriéndome, es un hecho: el cuadro
que más caro he vendido lo vendí en diez mil dólares y me lo compró borracha mi
amiga del colegio Pía Montero, que luego se arrepintió y se lo regaló a su
novio español y cuando pelearon él se quedó con mi cuadro y lo tiró a la
piscina y lo disolvió en cloro, menudo crápula.
Hace poco mi madre vendió las minas a un grupo suizo. Hay
que reconocer que la vieja supo esperar el momento perfecto para vender. No
quiso vender cuando le ofrecían cien, no quiso vender cuando le ofrecían
doscientos, esperó y esperó y gracias a los chinos todo subió y terminó
vendiendo en trescientos. Con gran sabiduría la vieja partió la torta en tres:
cien para ella, cien para mi hermana, cien para mí. Todo quedó en el banco
Safra de Ginebra, nadie tenía por supuesto la intención de pagar impuestos. Yo
tenía todo bien planeado para cuando llegara el momento soñado de heredar a mi
madre y ser por fin un hombre rico.
Fue maravilloso ver en la computadora mi estado de cuenta en
Ginebra y leer los numeritos que me permitirían ser rico el resto de mi vida.
Tengo cincuenta y tres años, no tengo hijos, no tengo esposa, soy gay, no tengo
novio, soy gay pero no ejerzo, estoy en el clóset, nadie sabe que soy gay o
todos lo saben y nadie habla de eso porque a nadie le importa, y la verdad es
que no tengo ganas de tener novio oficial porque ya tengo varios novios
diminutos al lado de mi cama: mis pastillas para dormir, mis pastillas para controlar
la ansiedad, mis pastillas para aliviar el estreñimiento, mis pastillas para
bajar el colesterol, mis pastillas para que no se me caiga el pelo. Esos son
mis novios, los químicos enanos, y con ellos vivo feliz y no necesito a nadie
que venga a meterme la mano y ponerme en cuatro, yo solito me hago mi
afinamiento de vez en cuando.
Lo que necesitaba era plata para no vivir todo el año en
Lima. No soporto Lima en invierno, es deprimente. Me he pasado los últimos
veinte años pensando cómo viviría cuando mi madre vendiese la minera y me diese
mi parte. Cómo me ha hecho sufrir con su empecinamiento de no vender barato.
Pero hay que reconocer que la vieja tenía razón: en su lugar yo hubiese vendido
en setenta o en ochenta lo que ella supo vender juiciosamente en trescientos
limpios.
Y cuando por fin vendió y me hizo heredar y me dispuse a
vivir la vida que siempre había soñado, cuando ya podía comprarme un
departamento en Nueva York y otro en Buenos Aires y una casita arriba de Sitges
mirando el mar, ahora que ya tengo la plata para vivir no en Lima sino en el
mundo, viajando, viendo una película cada noche, comiendo donde me dé la gana,
visitando museos, viendo los cuadros que otros pintaron por mí, reconociendo
que el talento es una cosa que por desgracia me resultó esquiva, ahora que ya
puedo vivir la película que siempre imaginé para mí, ahora ya es tarde, es
imposible, tengo la plata para ser feliz y sin embargo me viene a fallar la
salud, qué ironía, me dan cien millones y al mes siguiente me dicen que tengo
cáncer.
Lo peor de todo es que la plata no sirve para curarme. No
hay cura, no hay remedio, no hay operación que me devuelva la vida que se me
escapa.
“Me dan fortuna por un lado y por el otro me quitan salud y
me recuerdan que hay alguien tirando los dados y riéndose allá arriba. Maldita
sea, quién me hubiera dicho que me daría cáncer por vivir en este barrio. Este
fue siempre un barrio noble, tranquilo, con parques y heladeros, con vigilantes
particulares, con gente que se conoce de toda la vida. Quién me hubiera dicho
que las antenas que pusieron en ciertas casas vecinas traerían la desgracia al
barrio: los niños más saludables enfermaron de pronto y se fueron muriendo como
pollitos sin que nadie se explicara por qué se corrompían unos niños que no
merecían ese final, después se murieron de cáncer y de pena sus padres y sus
abuelos, y ahora que me ha dicho que tengo cáncer el doctor Almenara, me lo ha
confirmado él mismo: es por la radiación de las antenas que pusieron en los
techos de sus casas los necios de Víctor Monzón, Emiliano Botín y Manolo
García-Pye”.
¿Por qué carajo tenían que poner esas antenas que trajeron
la enfermedad y la muerte, unas antenas que se han llevado a doce niños del
barrio después de hacerlos sufrir en los mejores hospitales de Houston y ahora
me han hecho crecer una pelota cancerosa en el cerebro y me van a humillar como
si no hubiera sido suficiente la humillación de ser un pintor fracasado e
ignorado por su propia familia? Porque los necios de Víctor Monzón, Emiliano
Botín y Manolo García-Pye eran muy ricos y competían entre ellos para ver quién
ponía la antena satelital más absurdamente grande en el techo de su casa para poder
hablar por sus teléfonos encriptados sin que nadie los escuchara, y no había
ley ni alcalde que les impidiera poner lo que les diese la gana, y así pusieron
esas antenas gigantescas y luego vino pérfidamente la radiación y ahora los
tres están muertos y el alcalde ha mandado retirar las antenas pero ya es
tarde, ya me jodieron a mí también, ya me comí la radiación y ahora ¿quién me
saca esta antena podrida que tengo en la cabeza?
“Ahora que por fin soy rico, estoy muriéndome. Ahora que
puedo irme a vivir a Buenos Aires, a Nueva York, a Barcelona, no me dan las
fuerzas para tomar un taxi hasta el aeropuerto, la sola idea de estar en un
aeropuerto me da náuseas, me deprime, me frena por completo. He vivido toda mi
vida pensando en ser rico y cuando por fin me llueve la plata del cielo ya es
tarde para gastarla y disfrutarla. Mi madre asistirá a mi sepelio, dirá unas
palabras en mi memoria, elevará una plegaria sentida y se quedará con mi
dinero: es de ella, siempre fue de ella y a ella ha de volver cuando yo muera.
De momento hay una sola cosa que me da ilusión: caminar al parque cada tarde,
comprar un helado, conversar con el heladero y comerme el helado de lúcuma sin
apuro mientras veo cómo se derrite y caen las gotas en mis pantalones
gastados”.
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