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domingo, 8 de mayo de 2022

Opinión Una mirada dialéctica para el derecho Por Abogado Marco Medina.

La casuística tiene la virtualidad de sembrar inquietudes y dudas, que son el mejor camino para el estudio del derecho como ciencia, como técnica o como arte. Se evidencia al mismo tiempo que el derecho no puede existir sin el elemento del saber y del sentimiento, ya que la búsqueda de la justicia es más bien un asunto de arte, porque como lo asienta Perelman, el juez encarna el derecho viviente y debe inspirarse para el cumplimiento de su misión, no a título de ciencia, pues opera sobre las realidades concretas mediante un método dialéctico, capaz de apreciar los distintos aspectos de cada cuestión, y no por procedimientos deductivos que hacen perder de vista los matices y particularidades del caso, pues saber quiere decir comprender, es decir, no simplemente repetir.

La dialéctica, así vista, juega un papel preponderante en los procesos de formación en el ámbito del derecho, pues ella, como sinónimo de movimiento tiene sus leyes de acción: la contradicción, la negación de la negación y la transformación de la cantidad en calidad. Así, todos los principios de la dialéctica se encuentran latentes y vigentes en el derecho y que se pueden aplicar luego al ámbito adjetivo por ejemplo, como ciencia de la transformación del derecho abstracto en justicia y por cuya mediación lo universal abstracto desciende hacia lo particular concreto, esto es, la praxis jurídica.

Ahora bien, la relación que durante años he mantenido con la justicia y con la academia me ha permitido, como experiencia, comprobar graves falencias que se presentan en el sistema con relación a la formación de los operadores jurídicos. En la mayoría de los casos (con grandes y honrosas excepciones), se observa, que éstos no han sido guiados en los recintos universitarios y poco manejan cuál es el motivo último de su adhesión a las palabras de la ley; o de su preferencia por el espíritu que emanan de las normas, mediante un proceso-criterio inductivo-deductivo; o por una solución que contemple los intereses en pugna o, lo que es aún peor, ignoran las coordenadas científicas que presiden una determinada tesis doctrinaria. No pueden, por tanto, enfrentar crítica, dialéctica y constructivamente un estudio coherente y una aplicación práctica a realidades y contextos sociopolíticos y culturales de profundos contrastes y contradicciones, donde el derecho es casi mera expresión simbólica, alejado de la realidad que pretende regular.

Ese divorcio es la génesis de la violencia y de la pérdida progresiva de legitimidad de la justicia, que ha venido debilitando progresivamente la confianza de la comunidad. Siempre se han planteado reformas constantes pero sin cambios rotundos o de fondo, pues están desconectadas de la realidad; se acude, entonces, a la filosofía gatopardiana, que todo siga igual, pareciendo diferente. Esto sucede porque no se genera lo necesario para el cambio de mentalidad que toda reforma supone de sus operadores, lo cual implica, necesariamente, un proceso.

Este, debe comenzar desde la academia, incorporando nuevas metodologías de enseñanza-aprendizaje, liberadoras del pensamiento, capaces de enfrentar a lo que Paulo Freire llama “la pedagogía del oprimido”, como supuesto necesario para generar el cambio de mentalidad que hoy requiere el nuevo derecho. Este, entre tanto, ofrece resistencias y dificultades de aceptación, pues muchas regiones del continente no han conocido siquiera la modernidad, dado el atraso material y cultural en que se encuentran sumidas.

Se comprueba, en últimas, una grave y preocupante desarticulación entre la teoría, la práctica y las expectativas sociales, en términos de valores que hacen posible la libertad, la tolerancia, la convivencia, la solidaridad, la responsabilidad, el bien común, la equidad y la dignidad para todos, traducidos en la seguridad y protección real y efectiva de los bienes jurídicos. Y dicha separación se deriva de la distorsión histórica en la formación y preparación de los encargados de aplicar las leyes, a quienes poco brinda la academia las más elementales nociones de teoría del conocimiento (que ofrece las visiones del mundo), para entender el concepto de derecho en su carácter múltiple, pues dicha teoría y práctica se han dispensado en modelos curriculares y pedagógicos obsoletos para la época, sin adecuarse a las nuevas realidades, cuyo resultado ha sido el aislamiento del derecho del resto de las ciencias sociales, lo que provoca una gran limitante creadora en el profesional del derecho.

Marco Antonio Medina Salas.

Magistrado Emérito del Tribunal Supremo de Justicia y Docente Universitario.

 

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